Sostenibilidad

The Toaster Project: explorando el origen de los objetos de consumo

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Vivimos en un mundo saturado de objetos, como afirmaba hace años Deyan Sudjic en su libro The Language of Things (Penguin Books, 2009). La economía global se basa en parte en la distribución y comercialización de objetos producidos a muy bajo coste que llenan los escaparates de tiendas y mercadillos, así como los almacenes de grandes plataformas de comercio electrónico, que son adquiridos por los consumidores en un ciclo acelerado de usar y tirar. Sudjic se lamenta en su libro del deterioro en la relación entre los objetos y sus poseedores: relojes, cámaras de fotos y muebles ya no son las preciadas posesiones que se pasan de generación en generación o que se conservan durante años, acumulando con orgullo las huellas de su uso, sino que mantienen una superficial y efímera vinculación con los usuarios, siendo rápidamente reemplazados por otros objetos más nuevos. Una vez sustituido, el objeto es rápidamente descartado y acaba en cualquier contenedor sin que se tengan en cuenta los efectos medioambientales de este acto. Así, nuestra relación con los objetos de consumo se basa en una doble miopía, que impide ver de dónde proviene el objeto adquirido y a dónde va una vez deja de ser «útil».

Tal vez el mejor ejemplo del absurdo al que llega este ciclo de producción y consumo es The Toaster Projectun proyecto de graduación del diseñador Thomas Thwaites, quien en 2009 se propuso producir una tostadora desde cero, es decir obteniendo los materiales que la componen y procesando los metales y el plástico para construir este humilde electrodoméstico de manera artesanal. Thwaites encontró en el catálogo de Argos (una popular cadena de tiendas en el Reino Unido) una tostadora que se vendía a tan sólo £ 3,94. El irrisorio precio del electrodoméstico le llevó a preguntarse cómo podía esta máquina ser producida y distribuida para finalmente venderse por tan poco. Enfocando esta cuestión desde la perspectiva de un diseñador, se propuso explorar la producción del objeto de consumo partiendo «de cero» y empleando métodos caseros. El experimento le ocupó durante 9 meses, en los que tuvo que desplazarse a diversas minas en el Reino Unido, y le supuso una inversión total de £1187.54 ($1837.36). El resultado, un primitivo objeto con una remota similitud a una tostadora, resulta ser una elocuente muestra de cómo la producción y consumo actual de los objetos cotidianos llega a extremos absurdos e insostenibles, así como la imposibilidad de producir algo «de la nada», una importante reflexión para un diseñador. Si bien la propia idea de la tostadora de Thwaites resulta intrigante, es esencial seguir todo el proyecto para darse cuenta de lo que este revela sobre los objetos que nos rodean. El libro The Toaster Project: Or a Heroic Attempt to Build a Simple Electric Appliance from Scratch (Princeton Architectural Press, 2011) documenta este proceso.

Más allá de su llamativo precio en el catálogo de Argos, la tostadora resulta ser un objeto característico de nuestra sociedad industrializada y la relación que mantenemos con los objetos. Según afirma Thwaites, la tostadora «capta la esencia de la era moderna»: en 1909, los primeros electrodomésticos en comercializarse son una tetera (diseñada por Peter Behrens) y una tostadora. Ambos aparatos son producidos por empresas productoras de electricidad (AEG y Edison General Electric) que necesitan generar en los usuarios un consumo sostenido a lo largo del día para hacer más rentable el mantenimiento de sus estaciones. Así, los electrodomésticos surgen del interés por hacer que los consumidores consuman más electricidad, prometiéndoles una vida más cómoda. En el contexto de su proyecto, el diseñador considera que «la tostadora sirve como un símbolo, el paradigma de las cosas que empleamos pero son tal vez innecesarias, pero que a la vez es agradable tenerlas, pero que realmente no echaríamos de menos, pero que son tan baratas y fáciles de obtener que bien podemos tener una y tirarla cuando se rompa o se ensucie o se vea anticuada.» Surge así la idea de construir una tostadora, en base a unas reglas que Thwaites se impone así mismo:

  1. La tostadora tiene que ser como la que venden en las tiendas: debe ser una tostadora eléctrica que se enchufa a la corriente, es capaz de tostar dos rebanadas por ambos lados al mismo tiempo, expulsar las rebanadas cuando acaba de tostarlas y tostar pan durante diferentes intervalos de tiempo.
  2. Todos los elementos de la tostadora deben hacerse de cero, es decir obteniendo la materia prima y procesándola.
  3. La tostadora debe producirse con métodos artesanales, esto es, métodos previos a la Revolución Industrial (esto incluye desplazarse en coches y trenes y usar herramientas eléctricas si son actualizaciones de las tradicionales).

 

Thwaites inicia su proyecto con la adquisición de la tostadora comercializada por Argos, que desmonta para analizar sus componentes. Esta disección revela que la tostadora está hecha de al menos 157 elementos, los cuales a su vez contienen otros hasta un total de 404 piezas. Sin tener en cuenta las diferencias entre metales y tipos de plástico, el diseñador estima que el electrodoméstico de £ 3,94 está hecho con 38 materiales diferentes. A fin de reducir esta complejidad a un nivel que le permita llevar a cabo la construcción de la tostadora, decide centrarse en los materiales principales: acero, mica, plástico, cobre y níquel. Dado que se ha propuesto producir la tostadora «desde cero», Thwaites se embarca en una laboriosa búsqueda de estos materiales que le lleva a minas abandonadas del Reino Unido y a descubrir la dificultad que supone convertir unas rocas en piezas de acero o cables de cobre empleando métodos artesanales. Lo que inicialmente parecía una aventura quijotesca se convierte progresivamente en una investigación acerca del origen de los materiales con los que se fabrican los objetos que nos rodean, así como de la imposibilidad de fabricar estos objetos sin recurrir a complejos métodos industriales que, en la mayoría de los casos, sólo resultan rentables en la producción en masa. Entre las múltiples anécdotas que relata Thwaites en su búsqueda de los materiales con los que fabricar la tostadora y los métodos caseros con los que los procesa, resulta particularmente reveladora la dificultad que le supone fabricar plástico, y el hecho de que finalmente plantee que en la era antropocena se puedan considerar los restos de plásticos dispersos por todas partes una suerte de «materia prima» que se puede obtener de la tierra de la misma manera que se extrae la mica o el cobre.

La tostadora que obtiene Thwaites tras todos sus esfuerzos es un feo pero a la vez fascinante artilugio con la apariencia de una pieza arqueológica que no obstante podemos identificar como un electrodoméstico. Según el diseñador (quien, obviamente, no se atreve a conectar el aparato a la red eléctrica y le suministra una corriente de 24 voltios para probarlo), la tostadora funciona hasta el punto de calentar el pan, pero no alcanza una temperatura mayor debido a que no recibe suficiente electricidad. Con todo, la función última de este aparato no reside en su capacidad para tostar pan sino en su propia existencia como un electrodoméstico que nos lleva a pensar directamente en el origen de los materiales que lo componen, los procesos que implica su producción y sus efectos medioambientales. Thwaites concluye su proyecto con una reflexión que debería ser fundamental para todo consumidor, y también para los diseñadores: «…en un momento en que los efectos de la industria en relación al medioambiente no son triviales, las tostadoras de usar y tirar no me parecen algo razonable. La procedencia y el destino de las cosas que compramos es demasiado importante para ser ignorada.»

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