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Si bien la fabricación por adición se viene desarrollando desde los años 80, no es hasta principios de la década de 2000 cuando se empieza a popularizar la impresión 3D con la venta de impresoras 3D que permiten construir objetos a partir de modelos tridimensionales creados por ordenador. El uso de las impresoras 3D se ha ido ampliando a lo largo de la última década, particularmente en ámbitos como el diseño industrial, ingeniería, arquitectura y numerosos sectores de la industria, para crear prototipos y moldes de manera más rápida y precisa. Junto a este uso en grandes empresas, se ha dado una acelerada difusión de la impresión 3D entre artistas, diseñadores y aficionados de todo tipo, pasando de los centros de investigación e universidades a FabLabs y estudios de profesionales independientes. En marzo de 2009, Greg J. Smith hacía balance de los usos creativos de la impresión 3D en un artículo publicado en Rhizome bajo el título «Means of Production: Fabbing and Digital Art» y afirmaba que las impresoras 3D eran ya más baratas de lo que eran las impresoras láser en 1985. Entre las iniciativas que contribuyen a lo que el economista Jeremy Rifkin considera como la «tercera revolución industrial» destaca ya en 2004 RepRap, un proyecto open source que facilita toda la información necesaria para que una persona con ciertos conocimientos de electrónica pueda construir su propia impresora 3D y fabricar objetos de pequeñas dimensiones. Zach Smith, uno de los impulsores de RepRap, fundó junto con dos socios en 2009 la empresa MakerBot Industries, que se dedica a desarrollar sus propias máquinas y complementos y ha logrado situarse como una de las empresas más destacadas en el mercado.

Con todo, la impresión 3D se ha mantenido hasta ahora principalmente en manos de especialistas y algunos aficionados. Una notable excepción es la que ejemplifica el Fab Lab de Ars Electrónica, creado en 2009, en el que cualquier visitante puede emplear la impresora 3D y crear sus propios objetos. Según señala Alina Sauter, directora del Fab Lab, pese a que existen numerosos espacios como el de Ars Electrónica, la mayoría están limitan su acceso a un grupo reducido de individuos con una formación especializada en el uso de esta tecnología. A esta dificultad de añade el hecho de tener que trabajar previamente con un modelo simulado en 3D en el ordenador, algo que generalmente implica una mayor complejidad que el trabajo con fotografías o diseño gráfico para la mayoría de usuarios. Recursos como Thingiverse facilitan trabajar con modelos ya creados que se pueden descargar e imprimir, pero también requieren ciertos conocimientos.

En este contexto se han lanzado recientemente las que podrían considerarse como las primeras impresoras 3D para el mercado generalista: por una parte, la empresa Mattel ha lanzado ThingMaker, una impresora 3D de bajo coste (300 dólares) pensada para que los niños puedan imprimir sus propios juguetes; por otra parte, Polaroid ha lanzado su dispositivo Modelsmart 250S con la intención de hacer que la impresión 3D sea «parte de la vida cotidiana» de los consumidores. Fruto de un acuerdo con la empresa británica Environmental Business Products (EBP), la impresora de Polaroid se presenta como un producto que continúa la apuesta por la innovación que caracteriza al conocido fabricante de cámaras. Sin un uso definido aún, la Modelsmart 250S se añadirá en breve a un catálogo variopinto formado por cámaras digitales en diferentes formatos, teléfonos móviles, impresoras, tablets, cámaras de vídeo, televisores y gafas a los que Polaroid ha dado un toque distintivo. La impresora de Mattel, en cambio, se ha creado con un fin muy específico y todas las herramientas necesarias para ello: ThingMaker es un juguete para imprimir juguetes. Empleando una app para tablet, los niños pueden crear combinaciones de piezas de un amplio catálogo y enviar dicha combinación a la impresora. De esta manera, se genera una gran variedad de pequeños muñecos en diferentes colores personalizados por los propios consumidores, que no necesitan conocer el funcionamiento de la máquina (descrita por Mattel como «family friendly») ni tampoco la manera de modelar objetos en 3D.

La impresión 3D entra así en los hogares, bajo la habitual fórmula de limitar las opciones disponibles a cambio de disponer de un producto de uso sencillo y un ecosistema propio que asegura al fabricante la fidelidad del consumidor y el uso de la máquina dentro de unos parámetros previamente establecidos. Queda por ver el futuro desarrollo de esta tecnología y si realmente introducirá una «tercera revolución industrial», aunque de momento es posible que se limite a ser poco más que un juguete.

 

 

 

 

 

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